“Para
hablar de un cuadro hay que ver primero el cuadro”.
Cuando
pensaba en esto me di cuenta que la primera clase de Literatura con mis alumnos
no podía ser como otras veces. No podía empezar “soltándoles el rollo” del
contexto histórico, las características de la época y el autor…
Tendría
que empezar leyéndoles un texto de la época que íbamos a estudiar, pero sin
decirles ni el título, ni el autor, ni la obra… Y así lo hice. Busqué un
escenario acorde al texto que les iba a recitar. Nos fuimos allí y sólo les pedí que escuchasen.
Las
siguientes preguntas fueron: ¿Qué te ha parecido? ¿Qué has sentido? ¿Qué crees
que nos cuenta este autor? ¿Por qué? ¿Cómo lo contextualiza? ¿Qué rasgos te han
llamado la atención? Entonces les dije que habían escuchado El monte de las ánimas, de Bécquer.
Algo
tan sencillo como empezar al revés les “picó la curiosidad” y en la siguiente
clase quisieron saber qué había pasado a principios del siglo XIX; por qué los
escritores, los artistas y los intelectuales reaccionaron así ante el Absolutismo
de la época anterior; por qué sus textos hablaban desde el “yo”, desde los sentimientos
y no desde la razón; por qué el individuo se enfrentaba a la sociedad y se
rebelaba contra ella en busca de lo lejano y lo menos convencional.
También
fue curioso que en la segunda clase, cuando hacía lo mismo con La canción del pirata, de Espronceda,
una alumna se puso a llorar. Esa canción le había recordado a su infancia, cuando su madre se la recitaba de pequeña. El caso es que ella no sabía de quién era y le emocionó descubrirlo.
Creo
que no hay nada más hermoso que hacer vibrar a tus alumnos con algo que a ti
también te emociona.
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